Eloy Roy.
Una defensa apasionada, radical y libre de la justicia, para que un mundo menos cruel sea posible.
Colección feadulta.com, nº 13. Agosto 2012.
220 páginas, 21 x 15 cm, rústica
Este libro no es una tesis, ni un poema, ni siquiera un curso de mala teología. A pesar de su orden aparente, es un revoltijo de textos que llevan de un lado para otro, del apocalipsis al jardín del Edén, de los faraones al Vaticano, de la religión alienante a un Evangelio cuestiona-dor, de la imagen de un mundo podrido a una utopía de justicia que se empecina en declararse ya en marcha... Fogonazos que no buscan convencer, sino acaso prender alguna chispa en nuestras soserías religiosas... O estimular una fe que ya intuye, o sabe, que el mundo de la justicia, de la libertad, de la paz, de la fraternidad universal, un mundo menos cruel no solo es posible sino que comienza cada día. Y que la religión que no se apasiona por la justicia y la libertad no es más que una higuera estéril. Eloy Roy es sacerdote canadiense, misionero treinta años entre Honduras, Argentina y China, amigo de la teología de la liberación, enamorado incondicional de la justicia y de la Biblia profética. INDICE PRESENTACIÓN RELIGIÓN POR JUSTICIA Si yo fuera Dios Un sacramento anti gallinero El reino y ese "otro mundo" Ese otro mundo existe de verdad Amor sin justicia, auto sin ruedas Los pobres, comienzo y fin de la historia En la piel del otro Si se hubiese... LA BIBLIA Un proyecto de encíclica Peleando con la biblia Biblia prohibida El motor de la historia El gran servicio de los pobres Dos biblias en una La biblia y el pensamiento positivo MI DIOS Jeremías y Dios Todo el mundo va al cielo ¡No somos libres! Dios es árabe también Los tsunamis y Dios En verdad Dios y el ateísmo Una teología para mandar al Index De lo sagrado a lo racional JESÚS Jesús, a.C. (antes de Cristo) Sepultado bajo los títulos Jesús no quiere discípulos a millones Un gran fracaso Hablar de Jesús, hoy Enseñar desde adentro Caminar sobre las aguas TIERRAS DE MISIÓN Historia de un aborto Gracias por los restos de un naufragio La marsellesa de los cristianos Babel Tres buenas razones para no pelear Jeremías y los vivos La misión a pesar de todo Misioneros La misión GENTE Un pequeño pueblo encarna la resistencia Huesos secos El "coming out" de Lázaro La que no existía El joven rico Parábola de la manta de retazos Caminando sobre el sol ¡"Cool" los cristianos! EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO El desarraigado Cáncer amigo Las diez plagas La nueva cosecha De una orilla a otra La paz tramposa Jesús, los chanchos y la economía Las contradicciones necesarias ¿Amar a Hitler? Solo el amor es realmente moderno AUTORRETRATO Presentación Este libro no es una tesis, ni un poema, ni siquiera un curso de mala teología. El desorden es su orden, como en la vida. Es un revoltijo de textos que llevan de un lado para otro, del apocalipsis al jardín del Edén, de los faraones a los niñitos chinos, del falso al verdadero Yo, de la guerra a la paz, de la religión alienante a un Evangelio cuestionador, de la imagen de un mundo podrido a una utopía de justicia que se empecina en declararse ya en marcha... Fogonazos que no buscan convencer, sino acaso prender alguna chispa en nuestras soserías religiosas... O estimular una fe que ya intuye, o sabe, que el mundo de la justicia, de la libertad, de la paz, de la fraternidad universal, no sólo es posible sino que comienza cada día. Y que la religión que no se apasiona por la justicia y la libertad no es más que una higuera estéril. [primer capítulo] SI YO FUERA DIOS Si yo fuera Dios, no le daría más vueltas al asunto. Yo cumpliría de una vez mi gran promesa de “crear un cielo nuevo y una tierra nueva en donde reine la justicia” (Isaías 65, 17; 2 Pedro 3,13). Volcaría un río de conciencia nueva en el ser humano, algo como un sol líquido que lo llenara de cabo a rabo de inteligencia y razonabilidad. Y le inyectaría en las venas una sobredosis de amor a la justicia que sería aún más deleitable que el placer del sexo. De esa forma adelantaría un millón de años la evolución de los descendientes del mono y yo me felicitaría exclamando: “¡Por fin, lo logré! ¡Todo esto está buenísimo!” Porque, para ser franco, este mundo es un fracaso. Destruirlo para hacer otro nuevo sería lo más conveniente. Con gusto lo remplazaría con un modelo menos asesino, menos caníbal, menos sofisticadamente hipócrita y falso. A los humanos les pondría una conciencia que sirva. Porque la que tienen es un desastre. Es una conciencia de seres primitivos, tiernos y brillantes a veces, pero todavía demasiado desalmados y dañinos. Viven de los demás. No sólo de los animales, de las plantas, de los yuyos, del agua y demás, sino de la propia gente. Que 18 familias de la humanidad tengan más plata que 46 de los países más empobrecidos del planeta y que la fortuna de las 8 familias más pudientes del globo se quede en los bolsillos de las mismas mientras se podría con ese dineral erradicar el hambre en el mundo, da la pauta de lo ciega, cerrada y cruel que puede llegar a ser esa criatura que pretende ser imagen y semejanza de Dios. (¡Lo bien parado que queda Dios con eso…!) En los últimos siglos, la riqueza del mundo occidental se fue concentrando sin control en las manos de unos pocos, dejando al resto de la humanidad en la precariedad, la desnudez y la muerte. Esa “hazaña” fue posible gracias al exterminio de unos 80 millones de amerindios, a la esclavitud de unos 20 millones de africanos, a la dominación y explotación sistemática de la mujer, a la persecución patológica de los judíos y al trabajo forzado de millones y millones de hombres, mujeres y niños, y gracias también a guerras mundiales y al despojo constante y siempre vigente de continentes enteros por la fuerza de las armas y el poder corruptor del dinero. Esta estafa, este robo, esta delincuencia de dimensión cósmica nunca ha sido reparada. Al contrario, continúa su obra de muerte hasta hoy, tal vez con nuevos artilugios, pero siempre con mayor eficacia. Fuera de unas honrosas veleidades para empezar a corregir la situación, se continúa mirando la miseria de la humanidad como si no existiera. Como si las riquezas que les sobran a unos no chorrearan la sangre de más de la mitad de la humanidad. Y como si los lujos, los despilfarros, el llamado “desarrollo”, las obesidades y las neurosis de los ricos no vinieran todas de los sueños de tierra, de pan, de agua potable, de seguridad, de dignidad y de paz arrebatados a miles de millones de seres humanos. El amor, el verdadero “yo”, la religión, la ciencia y la sabiduría más luminosa, la economía, la política, las tecnologías punta y el arte más sofisticado tienen sus días contados junto con las flores, los ríos, los osos blancos y los pájaros. Todo aquello va a terminar al fondo del gran estercolero de la historia a menos que la justicia empiece a desparramarse a torrentes sobre la faz de la tierra. La justicia no es algo frío. No es un dato matemático, un cálculo, un peso, una balanza, una regla, una medida. La justicia es algo que se come, se bebe, se ríe, se canta. Es el pan, es el vino, es la dignidad, es el vestido de fiesta, es la alegría, la esperanza, la luz que vuelve a los ojos que se iban a apagar. De ella depende que la humanidad no sea un total fracaso. Pero, gracias a Dios, no soy Dios, y es mejor así. Porque a Dios no le gusta destruir. Aún le tiene cariño a este mundo roto, y nos sigue teniendo fe a los humanos. Aunque la higuera parezca estéril, Él sigue creyendo que va a brotar de nuevo. (Lc 13, 6-9)