Sorry but this item is currently unavailable.
Please check back at a later stage.
J. Enrique Galarreta.
Mi experiencia de fe y las cosas en las que ya no creo.
A todos se nos ha quedado pequeño el traje de la primera comunión. Hoy creo con mucha más fuerza en muchas menos cosas.
Colección feadulta.com, nº 20. Noviembre 2013.
250 páginas, 21 x 15 cm, rústica.
A todos se nos ha quedado pequeño el traje de la primera comunión. Hoy creo con mucha más fuerza en muchas menos cosas. Este es un libro de confesiones, de certezas inconmovibles, de confianza en Jesús, de rechazo de tantos excesos eclesiales... Y, naturalmente, un libro provisional. Si lo reescribo dentro de un mes, será diferente. En realidad, mi primer título fue "Os cuento cómo va mi fe", porque sólo es eso, la crónica de un camino, cada vez con menos certezas, pero más sólidas cada vez, más cerca de Jesús y más lejos de cómo nos lo han contado. Y nada dogmático. El verdadero subtitulo debería ser: "por si a alguien le sirve". José Enrique Ruíz de Galarreta, S.J. (Pamplona, 1937-2014). Ha publicado numerosos libros sobre Jesús, la Biblia, la oración, algunas biografías y también el número 5 de nuestra colección: "Las Primeras Iglesias y nuestra Iglesia de hoy". Ha mantenido una intensa labor pastoral en cursos y publicaciones y ha sido un reconocido y muy apreciado comunicador. Colaboró asiduamente con el portal feadulta. I N D I C E PARA EMPEZAR Cómo llego a ser un 'seguidor de Jesús' CONOCER PARA PODER CREER Por mejores caminos ¿Un edificio sobre arena? ¿Cómo llegamos a Jesús? FIABILIDAD DE LOS EVANGELIOS Diferencias entre los evangelios Cómo y para qué se escribieron los evangelios El género literario evangélico Los evangelistas son autores literarios Los otros evangelios La transmisión de los textos a través de la historia JESÚS DE NAZARET Los primeros años Reconstrucción de su figura Jesús aparece en público Una nueva doctrina ¿De dónde sacó Jesús todo esto? La oposición a Jesús ¿Qué pasó después? MI PROFESIÓN DE FE Creo en Jesús Creo en el estilo de Jesús Creo en el Dios de Jesús No creo en tres dioses Creo en la encarnación Creo en el proyecto de Jesús Creo en Jesús salvador Creo que el Reino es para ser feliz Creo en los criterios de Jesús Creo que Dios no puede fracaasar Creo en la Iglesia que debería ser una, santa, católica y apostólica No creo en las estructuras de la Iglesia, aunque las respeto OS HE CONTADO CÓMO VA MI FE PARA EMPEZAR Este trabajo va a hablar de la fe, o más bien de mi fe. No lo escribo para exponer verdades que haya que creer, sino para comunicar mis experiencias personales. Se trata de mi fe en Jesús de Nazaret. Durante años, mi fe me ha atormentado, pero ahora es el sentido completo de todo; he pasado de sufrir por mi fe a disfrutar de ella, de padecer angustias a encontrar fuerza, alivio y alegría. Y me apetece muchísimo contarlo en la confianza de que a alguien le pueda servir. Tengo algo más de setenta años, y aquí estoy después de un largo recorrido. No puedo decir que sea el final del trayecto, pero sí que ha sido un largo camino y que lo que quede por andar no va a seguir por otro rumbo, según me parece. No me parece que la fe de nadie pueda ser una tranquila posesión, un estado final adquirido desde el principio: “creo y ya está, para siempre, lo mismo, sin más”. Para mí al menos no lo ha sido. Para mí ha sido un crecimiento, y no pocas veces como el crecimiento de las serpientes que van mudando la piel cada estación, o más bien el de los insectos que cambian tan espectacularmente de estado que no parecen el mismo. En esto creo que me parezco a muchos, que no soy un caso especial. Cuando me defino como ‘seguidor de Jesús’, no estoy diciendo que ya lo sea ni me sitúe desde el principio en un estado definitivo: solo sigo a alguien que marca un camino, un camino interior. Este será, por otra parte, uno de los motivos por los que yo creo en Jesús, porque nunca le alcanzo. Otros maestros son igualables, y sus discípulos les comprenden y aun les rebasan. Otros pensadores llegan a ser plenamente captados y aun superados. Con Jesús no me ha pasado eso; cuanto más le conozco y le sigo, más veo que él camina delante, siempre delante, que hay más que conocer y que conseguir. Cómo llego a ser un ‘seguidor de Jesús’ Aclaremos de entrada que eso de ser ‘seguidor de Jesús’ no tiene gran cosa que ver con ser santo, con ser un buen discípulo ni cosas por el estilo. Tiene que ver con estar persuadido de que se acierta siguiéndole y con estar fuertemente motivado para hacerle caso y determinado a ello. ¿Cómo se llega a ese estado? Pues desde una plataforma, desde pasos y estados previos. Para mí en concreto, desde la plataforma de la fe de mis padres y desde la plataforma de la vida en la Compañía de Jesús. Esto viene a significar que alguien me presentó a Jesús y le fui conociendo más o menos lejanamente y más o menos mezclado con doctrinas religiosas un tanto emborronadas o discutibles. Creo que fue como el campo de despegue, que abandoné después para ir volando solo... o acompañado por personas diferentes de las anteriores. Es decir, que mi vuelo se debe a otras personas... y quizá a algo más personal. Debo reconocimiento a los que me situaron en ese campo, a pesar de muchos pesares y de que también pusieron en el camino muchas piedras que me hicieron tropezar. Posiblemente debo, pues, mi despegue hacia Jesús a tantas personas y circunstancias que serían demasiadas para ser enumeradas aquí. Alguien verá en todo esto una llamada de Dios, pero afirmarlo no es más que una interpretación de los hechos desde una visión ya muy religiosa de la vida y quizá bastante discutible. Limitémonos pues a los hechos más que a su interpretación declaradamente religiosa. De todos modos, el proceso me parece semejante a quien recibe una nuez, y le disgusta el aspecto áspero y la dureza de la cáscara... pero en vez de tirarla la abre y se encuentra dentro con algo apetitoso. Debo decir que desde cierto momento, se fue produciendo en mí un cada vez más intenso desagrado por el aspecto de la nuez, y que – quién sabe por qué – no opté por tirarla. A partir de ahí se fue dando un proceso, una aventura de simplificación, de limpieza, de progresiva convicción y de personalización. Es decir, que todo antes era mucho más complicado, más confuso y misterioso, más fiado en el pensamiento de otros, y ha ido siendo más sencillo, ha requerido tirar muchos adornos por la ventana y ha ido resultando más convincente y más propio. En este trabajo no ofrezco más que esto: un conjunto de convicciones y de valores, sus motivos y sus limitaciones. Y no para que otros me sigan, cada uno recorre su propio camino, sino porque quizá pueda servir para reflexionar sobre el suyo propio. Lo primero que tendría que compartir es que mi fe no es precisamente una certeza, sino más bien una apuesta. Hay quienes apuestan por Mahoma, por Buda, por vivir lo mejor posible, por tantas cosas. Y todo es una apuesta. Vivir de modo religioso o como si no hubiera Dios alguno es igualmente una apuesta. Vivir para disfrutar lo más posible por cualquier medio posible o vivir dedicado a empresas altruistas es una apuesta. Me parece que lo que caracteriza e iguala a todos es que todos tenemos motivos por los que apostamos. Y, naturalmente, yo he elegido una de esas apuestas porque me parece que los motivos que me mueven son los más convincentes. He llegado a estar persuadido de que otros maestros me son menos convincentes, de que el modo de vivir del maestro Jesús de Nazaret me llena más, y de que me siento mejor haciéndolo. En esto me parezco bastante a Karl Rahner, o al menos lo creo así. Cuentan que al terminar una de sus muy famosas y concurridas conferencias le preguntaron: “en el fondo, ¿usted por qué cree en Jesucristo?”. El maestro se quedó callado un rato (todo el mundo afiló sus bolis porque se esperaba una respuesta memorable)... y contestó: “Pues mire usted, mi madre era una mujer muy religiosa, que me enseñó lo de Jesús... y no he encontrado hasta ahora nada mejor”. La verdad, me reconozco mucho en esta actitud. Así que en mi caso mi fe depende de una herencia, de un ambiente vivido, pero eso solamente fue el punto de partida. Si esto se puede comparar con un arbolito que fue plantado por alguien y luego fue creciendo a su aire... me resulta al menos dudoso. Porque el árbol de ahora no se parece demasiado a aquello que otros plantaron. Lo que queda muy claro es en qué se fundamenta ahora mi fe. En una confianza ciega en Jesús de Nazaret. En esto me diferencio de dos tipos de personas: por un lado, de algunos que empiezan por recibir una fe (diríamos que ‘mamada’) en Dios, en Jesús, en la Iglesia, y desde ahí aceptan todo lo demás, sin dudas, sin críticas, sin crecimiento; por otro, de los que aprecian a Jesús como buen maestro sólo en algunas cosas que les parecen bien, pero no en otras. Me explico: Por un lado, la fe en la divinidad me parece un hueso duro de roer como principio y punto de apoyo de todo lo demás. Me resulta algo demasiado lejano, demasiado discutible, poco evidente, negable por muchos conceptos y más por muchas personas, demasiado aceptado en forma de mitologías y supersticiones. En resumidas cuentas, demasiado claro, demasiado rotundo, demasiado dado por sabido sin discusión... demasiado para mí. Confesaré que yo creo en Dios porque me fío de Jesús, y por nada más. Más aún, que si no fuera por Jesús, seguramente yo no creería en Dios. Por otra parte, me diferencio de otras personas a quienes les gusta Jesús en parte, y sólo en parte le aceptan: he llegado a persuadirme (y no sólo desde lo racional/cerebral sino más aún desde lo vital completo) de que es muy plenamente fiable, de que me supera ampliamente en todo, y de que es una insensatez corregirle la plana en aquellas cosas que no me gustan o no entiendo. Y me causa fuerte impresión comprobar (así me lo parece) que mi proceso es semejante al de los primeros discípulos, los que siguieron a Jesús en vida y más aún después de muerto; conocerle, poner en él falsas y engañosas esperanzas, desilusionarse, redescubrirle... hasta creer en él de tal manera que constituya el sentido completo y definitivo de la vida. En resumen, el fundamento íntimo de mi fe está en una confianza absoluta. Me fío de él y, repito, incluso en lo que no entiendo y en lo que no me gusta. Por eso le sigo, y – tengo que confesarlo así – me convence cada vez más, de manera que con los años esa confianza se acrecienta y se hace mucho más convincente. Y no al revés. Todo lo anterior suscita, para una persona más o menos crítica, una serie de preguntas: ¿Puedo conocer a Jesús? ¿Cómo ha llegado hasta mí? ¿Qué puedo saber de él, de su vida, de su personalidad, de su mensaje...? ¿Cómo me acerca esto a Dios, y a qué Dios? ¿Qué significa mi vida desde estas convicciones? Estos son los temas que yo he ido masticando y – espero – asimilando, y esto es lo que quiero contar.