Hay una dulzura intensa y conmovedora en el modo en que Teresa de Lisieux se entiende a sí misma: “Yo me considero un débil pajarillo cubierto solamente de un ligero plumón. No soy un águila, sólo tengo de ella los ojos y el corazón, porque, a pesar de mi extrema pequeñez, me atrevo a mirar fijamente al Sol divino, al Sol del amor, y mi corazón siente en sí todas las aspiraciones del águila…”.
Aquí está la clave en la que esta joven religiosa, tan llena de limitaciones como nosotros, se permitió la enorme audacia de una confianza sin límites. El Autor nos regala, así, una íntima aproximación al corazón de Teresita.